📝 MI HIJO, MI PRIMER TALLER


Hoy me dedico a acompañar procesos, a hablar de cuerpos reales, de placer, de límites, de comunicación y de respeto.

Soy educadora sexual, pero antes de eso fui muchas cosas: carnicera, facilitadora de talleres y, sobre todo, madre de un niño que me enseñó a mirar el mundo con lógica y sin juicios.


Y aunque ahora tengo formación, recursos y herramientas, todo empezó con algo mucho más sencillo:

responder preguntas en casa.


Mi hijo, que hoy tiene 26 años y tiene TEA, nunca se conformó con respuestas vagas.

Si algo no tenĂ­a sentido, lo decĂ­a.

Y gracias a él aprendí que hablar claro no solo educa: también genera confianza.


Por aquella época,  los libros de Conocimiento del Medio seguían diciendo lo mismo de siempre:

"hace falta una parte de papa y otra de mama"

“El espermatozoide del hombre se une al óvulo de la mujer dentro del cuerpo de ella.”


Nada más.

Ni cómo, ni quién, ni qué pasa cuando la vida no encaja en el esquema “papá y mamá”.


Recuerdo que lo leĂ­mos juntos.

Él lo miró un momento, muy concentrado, y me dijo:

—No lo entiendo.

—¿Qué parte? —le pregunté.

—Dice que hace falta una parte del papá. ¿Qué parte es?


Intenté explicarle que era una célula muy pequeña, pero ya estaba en otra pregunta:

—¿En qué parte está el espermatozoide?

—Y mis tías, ¿dónde consiguen el espermatozoide? Porque ellas no tienen padre en su casa.

—Y si el bebé crece dentro del cuerpo, ¿por dónde sale?


No habĂ­a ironĂ­a ni picardĂ­a en sus preguntas.

Solo faltaban pasos.

Su mente era lógica, exacta: si un proceso tiene tres partes y el libro solo explica dos, está mal hecho.


Y ahí estaba yo, intentando no reírme y responder sin mentir, mientras me daba cuenta de que el problema no era que él no entendiera,

sino que la educaciĂłn seguĂ­a explicando el mundo con frases incompletas.


Los libros hablaban de biologĂ­a, pero no de realidad.

Enseñaban el cuerpo, pero no la vida.

Y aquel niño, con su manera literal y brillante de ver el mundo, me obligó a entender que la sexualidad no se enseña solo con datos, sino con verdad.


Sus preguntas fueron creciendo conmigo:

qué era “follar”, por qué algunos decían que las chicas “calentaban y luego no querían seguir”, cómo tenían sexo dos chicos o dos chicas, o qué significaba ser trans.


Yo no sabĂ­a aĂşn de teorĂ­a ni de pedagogĂ­a sexual, pero sĂ­ sabĂ­a que no querĂ­a mentir.

Así que aprendí a explicarle las cosas como él necesitaba entenderlas: con lógica, con empatía y sin adornos.


Con el tiempo, entendĂ­ que eso era educaciĂłn sexual.

No hablar de sexo, sino hablar de cuerpos.

No dar respuestas cerradas, sino ayudar a mirar el mundo sin juicios.


A día de hoy, él mismo me lo recuerda cuando dice cosas como:


“Si no sabes si está cómodx, pregunta.”

“Si alguien te dice que se llama María, la llamas María.”

“Y si un día no quiere que le abraces, pues no lo abrazas.”


Tiene razón: la mayoría de los problemas en torno a la sexualidad vienen de lo mismo —no escuchar, no preguntar, no respetar los límites—.

Y eso, él lo entendió desde pequeño, mientras el mundo seguía contando cuentos sin cuerpo ni contexto.


Por aquel entonces yo trabajaba de carnicera.

Pasaba los dĂ­as entre mostradores y cuchillos, y las noches haciendo cursos de sexualidad o animando Tuppersex.

No lo sabĂ­a aĂşn, pero estaba construyendo mi propio camino: entre el cuerpo, la palabra y el deseo de entender.


No me formé porque quisiera cambiar de profesión; me formé porque necesitaba respuestas.

Quería comprender lo que había detrás de esas preguntas tan sencillas y tan enormes que me lanzaba mi hijo, y de las que el mundo seguía escapando.


Con el tiempo entendí que ese impulso —buscar verdad, empatía y coherencia— era el verdadero hilo de mi vida.

Y que aquel niño fue, sin saberlo, mi primer taller.


Si algún día me preguntan por qué hago lo que hago, la respuesta sigue siendo la misma:


porque un niño, hace muchos años, me pidió verdad.

Y yo decidí que nunca más iba a disfrazarla.


đź’ś Porque la verdad no asusta. Lo que asusta es no saber cĂłmo nombrarla.