Durante mucho tiempo hablé del placer desde lo tangible:
juguetes, cosmética, piel.
Pero lo que realmente me movía estaba en otro sitio,
en esas miradas de “esto no me lo habían contado nunca”,
en ese silencio que se rompe cuando alguien se atreve a preguntar.
Hasta que entendí que no se trataba solo de placer,
sino de educar para sentir, nombrar y respetar.
Comprendí que la educación sexual no se enseña con técnicas, sino con presencia:
con cómo nos miramos, cómo nos tratamos
y cómo habitamos nuestras identidades y vínculos.
Me di cuenta de que gran parte de lo que sabía venía de callar, de adivinar, de repetir sin pensar.
Así que empecé a hacer lo contrario: preguntar, escuchar, equivocarme, volver a mirar.
No fue un cambio de trabajo, fue un cambio de mirada.
Porque sí, tenía experiencia, tenía ganas, tenía productos.
Pero lo que necesitaba era sentido y verdad.
Mi formación en sexología y terapia de pareja, los talleres, los Tuppersex y las conversaciones con amigxs y clientes
fueron un espejo: me hicieron ver que la sexualidad no se explica solo con palabras,
se transmite con la forma en que escuchas, respondes y sostienes las preguntas.
Con mi hijo, diagnosticado con TEA nivel 1 (lo que antes se conocía como síndrome de Asperger), entendí que preguntar es un acto de confianza.
Nunca me ha incomodado que pregunte — al contrario — siempre he pensado que si alguien se atreve a preguntar,
es porque está preparadx para escuchar la respuesta.
Y ahí me cayó una ficha importante:
si no respondemos con claridad, otros lo harán por nosotres.
No se trata de controlar lo que miran o lo que sienten,
sino de ofrecerles herramientas que acompañen lo que viven.
Él me enseñó que la honestidad no es opcional.
Que hablar sin rodeos y con respeto da más seguridad que cualquier silencio bienintencionado.
Y sí, a veces incomoda.
Pero prefiero una conversación incómoda que un silencio que lastime.
Hoy Fuego Presente no es una tienda ni un catálogo.
Es un espacio vivo, donde educar, acompañar y encender conversaciones reales sin miedo a equivocarse.
Espacios donde podamos hablar sin filtros,
sin esa culpa heredada
y con la curiosidad encendida.
No quiero decirles cómo vivir su sexualidad,
quiero abrir espacios donde podamos escucharnos.
Que cada generación pueda ponerle palabra a lo suyo,
sin vergüenza, sin culpa
y con la libertad de seguir preguntando y aprendiendo juntxs.
Acompañar a las familias para que aprendan a construir esos lugares también,
sin exigirse perfección, pero con presencia, escucha y ganas de entender.
Porque el placer no se compra. Se construye.
Y se enseña con curiosidad, con palabras sinceras, con conversaciones incómodas, con risas, con dudas, con humanidad.
Es dejar espacio para lo que sí nos pertenece.
Mirarte con honestidad y atreverte, aunque no sepas por dónde empezar.
Lo haces… y ya ves.
Con calma. Con verdad.
Eso, para mí, es Fuego Presente: un fuego que no busca quemar, sino encender.
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